Pocos son los fieles que conocen que hace ya casi cuatro años, el 7 de julio del 2007, el Papa Benedicto XVI hizo público el Motu Proprio Summorum Pontificum reconociendo el derecho que asiste a los fieles de participar en la Misa conocida como Tridentina, Tradicional o Gregoriana, es decir, la Misa anterior a 1970. Pero, ¿qué tiene de especial la Misa Tridentina? ¿Qué motivos hay para asistir?
En primer lugar resaltaría la curiosidad bien entendida. Difícilmente podremos responder las dudas que suelen asaltar sobre la Misa Tradicional si nunca hemos asistido a la misma. Luego me fijaría en el ejemplo de tantísimos santos que asistieron, amaron y veneraron este rito de la Misa. Sólo por mencionar unos pocos: San Antonio Mª Claret, Santo Hermano Pedro, San Francisco de Sales, Santa Rita…
Luego, podemos señalar una serie de motivos que se ven más nítidamente perfilados en la Misa Tridentina. En primer lugar hablaría de la belleza. Todo el arte católico de siglos pasados: iglesias, retablos, imágenes, esculturas, etc. estaba relacionado con la Misa. Si acudimos a la Misa Tridentina tenemos la posibilidad de contemplar una belleza que ha inspirado a un gran número de artistas y que, sin embargo, ninguno ha igualado. Podremos asistir a un rito de una belleza singular, extraordinaria, sobrenatural… en una palabra, un rito inspirado por Dios.
Por otro lado, hoy por hoy, se ha olvidado mucho cuál es la tarea del sacerdote, confundiéndola a veces con cosas propias de los seglares. La Misa Tridentina nos muestra la importancia del sacerdocio ministerial, enseñándonos, pues, la función propia del sacerdote. Una de las formas en que deja patente el sacerdocio ministerial es que, durante la Misa, el sacerdote no mira al pueblo sino a Dios, pues su carácter propio es ser mediador entre Dios y los hombres. Y, en la Misa, ¿de qué hace de mediador el sacerdote? Pues ofrece a Dios, por y para los fieles, el Sacrificio de Jesucristo en la Cruz -fuente infinita de gracias-, renovado de forma incruenta en el Altar. Y este «mirar a Dios» no significa, ni mucho menos, un «desprecio» a los fieles, pues como bien dice Antoine de Saint Exupéry: «amor no es mirarse el uno al otro, sino mirar los dos en la misma dirección».
Finalmente, está la cuestión del latín. Hoy se habla mucho de la unidad en la Iglesia, y es una pena ver que los católicos no estamos unidos en una misma lengua para rezar a Dios. El latín era el vínculo universal que unía a todos los católicos, fuesen de dónde fuesen. Con la pérdida del latín, se ha perdido parte de esa universalidad, favoreciéndose cierto regionalismo. Por otro lado, el latín no sólo ayuda a entrar en el ambiente de sacralidad, belleza y majestad, sino que trasciende a la misma Misa, vinculándose con toda la cultura católica de dos mil años de tradición. Como afirmó el sacerdote Miguel Poradowski: «El completo abandono del latín significaría, al fin y al cabo, el abandono del pensamiento cristiano de dos mil años, es decir, de la tradición y a eso sólo pueden atreverse los bárbaros».
Estas son sólo algunas de las muchas razones que se pueden presentar para animar a participar de este magnífico don que Dios ha regalado a la Iglesia que es la Misa Tridentina. Aunque, desgraciadamente, todavía no se está celebrando en nuestra isla, esperamos que en no mucho empiece a hacerse regularmente. Quedan pues, todos los católicos interesados, invitados a asistir a la Santa Misa Tradicional.
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